viernes, 25 de noviembre de 2016

El betelita despedido (1)


    Hola, soy Robert y he servido en el Betel central de los testigos de Jehová por cuarenta años. Lo que motivó mi decisión fue que el Armagedón estaba a punto de llegar y de poco me iba a servir el trabajo seglar. Así que me despedí de la empresa en la que tenía un trabajo fijo y en principio me dediqué a predicar de tiempo completo. Después solicité el ingreso en Betel y me admitieron. He rotado por todos los departamentos y últimamente, dado mi delicado estado de salud, me pasaron a las oficinas. Serví también como anciano de una congregación cercana. Hace dos semanas recibí la carta del Cuerpo Gobernante en la que me comunica que, por la mala situación financiera que atraviesa la Organización, aparte de mi avanzada edad, tengo que dejar Betel en el plazo de un mes. Se me cayó el alma a los pies.

    ¿A dónde podía ir, si no tenía casa ni familia ni trabajo? ¿Habrá algún hermano que me dé alojamiento en su casa? Ni siquiera pude ahorrar unos dólares para la vejez, pues lo que me pagaban era para ayudarme en algunos gastos que la cantidad que me daban a duras penas cubrían. Cierto que tenía alojamiento y comida. Faltaría más, después de trabajar sin sueldo y sin seguridad social. Algunos hermanos pudientes, menos mal, me proporcionaban ropa y calzado que ya no usaban. En estos cuarenta años solamente he tenido dos trajes que aún conservo. Lo poco que poseo no llena la maleta que me ha prestado un hermano joven que se queda en Betel.  

    A los pocos años de estar en Betel me desanimé un poco, ya que el Armagedón no llegaba. Se me dijo que sin falta llegaría, que solamente era cuestión de esperar y no aflojar el paso. A lo más tardar, el Armagedón llegaría antes de que terminara el siglo XX. Lo leí en las publicaciones, aunque también me lo aseguró de palabra un miembro del Cuerpo Gobernante. En esa esperanza estaba; pero pasó el siglo XX y el Armagedón tampoco vino. Esto me decepcionó profundamente. Tentado estuve de solicitar mi baja y ponerme a trabajar fuera. Pero sabiendo lo mal que estaba la situación laboral en la calle y el hecho de que a mi edad difícilmente conseguiría colocarme, opté por aguantar dentro de Betel, aún a sabiendas de que algo andaba mal.

    Empecé a tener serias dudas acerca de la Organización, pues nunca se cumplían las profecías que desde finales del siglo XIX se proclamaban a los cuatro vientos. Me frenaba el texto de Proverbios 4:18, que dice que ‘la luz se hace más brillante’. Tal vez por eso lo que se predicaba años atrás quedaba sin efecto. Y llegaba un nuevo conocimiento que daba esperanzas, aunque al cabo del tiempo también se cambiaba por aquello de que ‘la luz se hace más brillante’. La luz se hace más brillante y las doctrinas siempre se andan cambiando. Y el Armagedón que predicamos no termina de llegar. ¿Estaremos realmente equivocados en la interpretación de los textos bíblicos? ¿Seremos falsos profetas?

    Pero el caso es que tengo que salir de Betel en breve tiempo y no sé a dónde ir. No tengo familia, no tengo casa, no tengo trabajo. La pensión no contributiva que me dará el Estado será la mínima y no me cubrirá ni el alquiler de una vivienda digna. Pudiera aceptar la caridad de los hermanos en cuanto a ropa y comida. Pero ¿soportarán los hermanos darme de comer durante el resto de mi vida? Puede que algún hermano también me dé habitación en su casa, aunque tenga que entregarle mi pensión para contribuir a sus gastos. ¿De verdad habrá algún hermano que me acepte sin más? Lo dudo. Cada cual tiene sus problemas y sé que los hermanos están atravesando una crisis severa y muchos no tienen trabajo.

    No tendré más remedio que ir al comedor social y pedir ropa y calzado a la caridad pública. Me conformaré con un cuartucho para dormir por importe inferior a mi pensión, si es que no hay plaza en el albergue para personas sin techo. No sé qué hacer con la literatura. No puedo llevarla conmigo porque abulta lo suyo y no tengo fuerzas para acarrear otra maleta solamente con libros y revistas. Tendré que dejarla en Betel. No creo que vaya más a las reuniones. Si me amparo en la caridad pública, pasaré inadvertido para los hermanos. Por un lado estoy contento porque no me obligo a acudir a salón alguno del reino o de asambleas. Nadie notará mi falta. Y si la notan, ¿qué puede importarles un viejo? Si no importo en Betel, tampoco en ninguna congregación. (Continúa en parte 2). 

 

miércoles, 23 de noviembre de 2016

2.520 años de numerología ocultista (y 2)


 

    En el año 1844 el escrutador bíblico Edward Bishop Elliot publicó su libro ‘Horas con el Apocalipsis’. Elliot fue el primero en afirmar que los siete tiempos de Daniel, contrariamente a lo que había publicado Brown en 1823, iban del 606 a.e.c. a 1914, año éste del regreso de Cristo y de la destrucción de los gobiernos humanos. Pero Elliot se equivocó en un año de menos al realizar el cálculo, ya que entre el 606 a.e.c. y 1914 median 2.519 años. Escrutadores posteriores a Elliot aceptaron las fechas 606 a.e.c. y 1914 como el lapso de 2.520 años de los siete tiempos de Daniel.

    El libro de Elliot lo leyó el adventista Barbour hacia el año 1870 y aceptó del mismo, entre otras, la fecha del 606 a.e.c., pero no como la del inicio de los 2.520 años de los siete tiempos de Daniel. Con reservas aceptó también la fecha de 1914, aunque para él no era el año del regreso de Cristo. Dicho regreso se daría en 1873, pero Cristo no llegó, como Barbour esperaba, y trasladó su venida a 1874. Tampoco apareció el esperado Cristo. Finalmente Barbour concluyó que Jesucrito sí había comenzado su reinado, aunque en el cielo y, por tanto, para él se trataba de una presencia invisible de Jesucristo en su reino celestial.

    En 1876, a raíz de haber recibido la revista de Barbour, ‘El Heraldo de la Mañana’, contactó con él Charles T. Russell, que fundaría el grupo de los Estudiantes de la Biblia. Russell aceptó sin rechistar las fechas y doctrinas de Barbour. Ya para entonces Barbour había admitido el año 1914 como el del regreso visible de Cristo a la tierra, en tanto que el año 1874 lo predicó como el de la invisible toma de poder real de Jesucristo en el cielo. Barbour le pasó a Russell como bíblicas las fechas 606 a.e.c. (año supuesto de la destrucción de Jerusalén), 536 a.e.c. (año supuesto de la liberación de los judaítas), 1874 (año supuesto del inicio del reinado de Jesucristo) y 1914 (año supuesto del regreso físico de Cristo a la tierra en la batalla de Armagedón).

    A partir de 1876, Russell predicó el año 1914 como el del advenimiento de Cristo y la batalla de Armagedón. No obstante, unos años antes se dio cuenta de que entre el 606 a.e.c. y 1914 no mediaban 2.520 años, sino uno menos, y pensó trasladar la fecha del Armagedón a 1915. En esa cuenta andaba cuando estalló la Gran Guerra y Russell pensó que la universal contienda desembocaría en el Armagedón aquel mismo año. Pasó 1914 y, constatando que Cristo no había venido a la tierra, trasladó la fecha de 1914 a 1915, año que también pasó sin que aconteciera la llegada de Cristo.

    Todos los predicadores del siglo XIX, especialmente Brown, Miller, Elliot, Barbour y Russell constataron amargamente que no se habían realizado sus expectativas del regreso de Cristo, a pesar de la extensa predicación que con tanto entusiasmo habían escenificado. No pudo hacerse realidad lo que esperaban, sencillamente porque fueron más allá de las cosas escritas en la Biblia y aceptaron y predicaron que Jesucristo aparecería tras cumplirse 2.520 años solares a partir de cierto año antes de la era presente, que en el caso de Brown fue el 604 a.e.c.; en el de Miller el 677 a.e.c., y en el de Elliot, Barbour y Russell, el 606 a.e.c. No pudo hacerse realidad lo que esperaban porque los 2.520 años fueron producto de la mente humana, que se basó en la numerología esotérica u ocultista que tanto enorgullece a quienes se consideran que tienen una mente privilegiada y creen saber más que la propia Biblia y que los propios congéneres.

    En 1943 el vicepresidente y teólogo único de la sociedad Watch Tower de los testigos de Jehová, Fréderick William Franz, adelantó un año la fecha de la supuesta destrucción de Jerusalén para que cuadrasen los 2.520 años, así como otro año la hipotética salida del destierro de los judaítas. Las fechas del 606 y 536 fueron adelantadas respectivamente al 607 y 537 a.e.c. De acuerdo con la lógica matemática, todo dato basado en un dato falso también es falso. Por tanto las fechas del 607 y 537 a.e.c., al estar basadas en las fechas falsas del 606 y 536 a.e.c., también son falsas.

    Del estudio imparcial de la Historia, la Arqueología y la Astronomía, aplicadas las tres ciencias al imperio neobabilonio, se deduce que Nabucodonosor subió al trono en el 605 a.e.c., siendo su primer año de reinado el 604 a.e.c., y por tanto su año 18, en que destruyó Jerusalén, correspondió al 587 a.e.c. Esta fecha está de acuerdo también con lo que escribe Josefo en su obra ‘Contra Apión’, donde dice que el nuevo templo, refiriéndose a los cimientos, se inició en el año segundo de Ciro, transcurridos cincuenta años desde la destrucción del templo anterior. Todos los historiadores calculan que el segundo año de Ciro correspondió al 537 a.e.c. Cincuenta años atrás llevan por consiguiente al 587 a.e.c. como año de la destrucción del templo y la ciudad de Jerusalén.

    En conclusión, los 2.520 años que continúan predicando los testigos de Jehová son el resultado de acomodar el esoterismo, en este caso la numerología ocultista, a ciertos textos bíblicos. De aplicar realmente los 2.520 años, éstos habrían concluido en 1878, ya que se trata de años incorrectamente llamados proféticos, de 360 días cada uno, y no de años solares de 365 días. Por tanto la fecha de 1914 es del todo errónea y en tal año no aconteció ninguna toma de poder real por parte de Jesucristo, ni en el cielo ni en la tierra. Jesucristo ya tenía toda autoridad real en el cielo y sobre la tierra al tiempo de su ascensión, por lo que no precisaba un tiempo futuro específico en que fuera hecho rey, porque ya lo era desde que ascendió al cielo. De ahí que dijera que ‘todo poder le había sido dado en el cielo y en la tierra’.

    La fecha de 1914, así como la de 1874 para el inicio del reinado de Cristo y las del 606 y 536 a.e.c. para la destrucción de Jerusalén y salida del destierro babilónico, respectivamente, las recibió Russell en herencia del adventista Barbour. Russell, debido a su entusiasmo por pregonarlas y por su escaso conocimiento de la Biblia, no se paró a investigar si eran verídicas o no.

    El año 1914 continúa siendo la piedra angular de la doctrina de los testigos de Jehová. No aconteció en aquel año la llegada de Cristo ni el Armagedón que se predicaba, ni aconteció todo ello en 1925, 1942, 1975 o finales del siglo XX, como también se venía predicando bajo amenaza de expulsión de la congregación de quienes no lo aceptasen. No aconteció absolutamente nada de lo anunciado a bombo y platillo mediante página impresa y voz por la evidente razón de que todo cálculo aplicado a tales fechas está basado en numerología y especulación humana, y no en la Biblia.